jueves, 26 de septiembre de 2013

El bebé explorador, el mayor aventurero del mundo

Un mundo desconocido aguarda y no hay tiempo que esperar. El bebé se lanza al descubrimiento de la vida con una intensidad inusitada que no volverá a recuperar en el resto de su existencia. No hay distinciones, el espíritu del explorador habita en cada uno de estos diminutos cuerpos ajeno a las debilidades de carácter que aguardan por venir. Los miedos, la apatía o la vagancia todavía son incapaces de hacer sucumbir al indómito aventurero.

Algo extraordinario sucede ante nuestros ojos, un suceso que nunca más volverá a repetirse. La conjunción de Marco Polo y Da Vinci toma cuerpo en la figura de nuestro pequeño hijo. Superada la barrera de los cuatro meses sus sentidos se afinan para descubrir la esencia de cada brisa de realidad.

De alguna manera, su despertar a la vida se refuerza por su asalto al mundo que les rodea. En el nacimiento, nada más salir del vientre de la madre un universo de sensaciones les desbordan, luces, sonidos, colores, sabores. La novedad es la norma de cada día, la idea de que siempre hay algo por conocer es más real que nunca. 

Y los bebés cogen el envite no sólo dispuestos a conocer el mundo si no a controlarlo. Lo que más me llama la atención es su falta de miedo, lo que les concede un arrojo impresionante. Cuántas veces os habrá pasado que vuestro bebé se lanza literalmente al vacío. 

Esta inconsciencia se supera con la edad (aunque siempre quedan supervivientes de la imprudencia peinando canas) aunque el peligro se mantiene durante varios años. Por eso ocurre que las carreteras, más con un balón extraviado de por medio, son un riesgo incontrolable para desesperación de padres.


Hay que reconocer que los bebés ponen cuerpo y alma por descubrir el mundo exterior. Como padre me enternece la forma en la que mi hijo me abarca físicamente. Toma con sus pequeñas manitas mi cara y de forma imprevista pasa de las caricias a los pellizcos tratando de agarrar la nariz o mis labios (al menos me libro de los tirones de pelo porque no lo tengo lo suficientemente largo para que lo alcance). 

El punto final, a modo de un particular certificado, es cuando se abalanza con su boca húmeda abierta hasta el infinito para explorar mi contorno. La curiosidad se extiende a los objetos que le rodean lo cual hace que su integridad corra serio peligro. Resulta sorprendente la velocidad con la que extienden sus brazos y alcanzan todo lo que le rodean. ¡Cuidado vasos!

El espacio es una de sus conquistas favoritas. Es fácil entenderles, hasta la mitad del primer año son rehenes de sillas, cunas y brazos de adulto. ¿Os imagináis?. Empiezan por incorporarse, darse la vuelta y probablemente caerse de la cama. Lo sabréis casi al instante por un golpe seco rematado por un llanto.

En los próximos meses su afán aventurero se materializará en un movimiento cada vez más seguro primero a ras de tierra con el gateo hasta ganar altura en sus primero pasos. Ahí es cuando empiezas a estar perdido, ¡el mundo queda ya al alcance de su mano!.

lunes, 16 de septiembre de 2013

La adaptación o la vuelta al cole de los problemas

La adaptación escolar iguala a padres e hijos en la vuelta al cole, todos acaban desesperados. No hay diferencias, los bebés rompen en llanto y los mayores casi que también. Los pequeños, desolados, se sienten solos y desamparados; los mayores se sienten pequeños sin autonomía y lamentan no poder recobrar su ritmo de vida habitual. 

La larga travesía de las vacaciones escolares parece no tener fin. Un verano completo, tres largos meses, demuestran las habilidades equilibristas de los padres, sabido de la inflexibilidad de un sistema educativo que destierra la conciliación laboral. Entonces asoma septiembre y la normalidad se retoma gradualmente como píldoras.

La adaptación está diseñada para facilitar la transición escolar de los bebés, una experiencia potencialmente traumática. Los pequeños pasan del repentinamente entorno familiar, cercano y protegido, a un espacio extraño lleno de niños desconocidos en el que faltan las figuras de sus padres. Los centros allanan este proceso con una entrada gradual, muy progresiva, en el que participan los propios padres al principio. Media hora, una hora, dos horas hasta llegar poco a poco al horario habitual.

El problema es que las escuelas alargan este proceso hasta incluso 3 semanas, ¡tres semanas!. En el ambiente sobrevuela la sospecha de que los que realmente aprovechan la adaptación son los profesores. Y digo yo, ¿no necesitamos los padres un periodo de adaptación cuando pasamos de 0 a 100, del cielo al infierno, del chiringuito a la oficina?.

Niños en una escuela de suramérica.


En la adaptación el caos es el compañero de viaje de los padres y madres. Por eso, necesitas preparar este periodo con antelación marcando el calendario en rojo con una clara advertencia: Atención peligro, retención de tiempo!

Para la adaptación no hay alternativas: O te coges vacaciones o consigues un sustituto para acompañar el bebé, como los eternos abuelos, para el que tenga la suerte de poder disponer de ellos. Otra recomendación es que respires hondo, te hagas monje budista y alcances el Nirvana de la paz interior. No te queda otra. Y ya que no puedes con tu enemigo unete a él y disfruta de unos días libres a destiempo.

Consejos para ayudar a tu hijo

Al menos, ya que la sobreadaptación es irremediable, puedes ayudar a tu bebé. El primer paso es suavizar el proceso normalizándolo. Es decir, te toca hacer de adulto y no ponerte a la altura del hijo. El puede llorar, pero no aportes tu más paños de lágrima. Tu papel es aportar serenidad y guardarte el nerviosismo porque se contagia al bebé. Lo mejor un beso de despedida como el de cualquier otro día y a esperar a que la adaptación vaya cuajando poco a poco. De todas formas, le verás en a penas media hora.