viernes, 28 de diciembre de 2012

La noche que fui Papá Noel

Pasos acelerados a la luz del alba. Rostros iluminados por la ilusión confirman que el hechizo de la navidad sigue su curso.

martes, 18 de diciembre de 2012

La Monster High y la fashion victim

"Papi, kero maater jai".  Pensaba que era un momento cualquiera de un día cualquiera, pero todavía no era consciente de que nada sería igual. Mi hija se confirmaba como una consumada fashion victim. Y todavía no llegaba a los 3. De primer arrebato una Monster High, la muñeca postmoderna que se toma el mundo por desayuno tras degustar un divino de Don Pérignon.
    
Hay que reconocerlo, esas muñecas son un bombazo. Su tirón está más que justificado con su estética rompedora y transgresora. Adiós al icono de la cursilería de las Barbies, el atrevimiento llega al poder. Ese reconocimiento llega si estas al otro lado de la barrera. Como padre desarrollas un acusado instinto de control con un fino radar contra las posibles malas influencias (quizás es todo más sencillo, ¿me estará volviendo carca la paternidad?).
Con este filtro de seguridad descubres horrorizado que la muñeca es gótica, lleva mallas y no sé si hasta ligueros, viste un negro funeral salvo las llamativas mechas chillonas. Y es tan lugubremente pálida que parece la novia de Drácula, ¿os he dicho que la muñeca favorita de mi hija es Draculaura?. Solo tiene 3 años y una secta de vampiresas infantiles me la quiere robar. Y sabéis lo peor, que estas Navidades van a caer no sólo Draculaura si no Frankie Stein. Hay cosas contra las que no puedes luchar....

Mi hija en plena revista de muñecas.

Está atracción fatal por las Monster High demuestra lo que yo ya sabía, pero me resistía a reconocer: mi hija es una fashion victim. Anteriormente hubo señales inconfundibles, como su pasión irresistible por el maquillaje que al menor descuido deja en su cara un pegote de pintura de tono carnavalero. Estaba también su visión de lince para detectar a cientos de metros la más minúscula figura de Hello Kitty con apenas un año de edad.  
Y nunca agradecí más el llevarle a un colegio concertado que el primer día de clase. Superado el trance, casi en una batalla a brazo partido por el uniforme, superó el trago al ver a todas sus compañeras igual. Era lo que tocaba. Hasta entonces en el vestuario infantil reinaba la dictadura del pink power. Sólo había una regla, mandaba el «me guta, no me guta».   
Pues sí, esto es lo que hay. En el futuro se abrirán más frentes, así que me preparo tarareando el estribillo de la canción de Radio Futura «....y yo caí, enamorado de la moda juvenil, enamorado de las chicas y los chicos que yo vi, enamorado de ti....»

sábado, 8 de diciembre de 2012

De Bart a Homer o cuando un hijo te coloca en tu edad

No sé cuando ocurrió, fue un cambio sutil  e imperceptible. Entonces pasó, ya nunca más sería Bart, el joven eterno, osado y atrevido. La vida me había cambiado, vaya que sí; era un Homer, ese padre latoso y cortarollos.
De pronto el multiplícate por cero pierde todo sentido y ya no encuentras colegas a los que decirles mooola.
En cierta forma, la paternidad te pone en tu edad. Ya no hay excusas, se acabó la fiesta. Pasas al otro lado de la trinchera para no volver. Eres el tronco y no mooolas. Dejas de ser el revolucionario para pasar a ser la autoridad. Si eso no es el lado oscuro se parece mucho.
La juventud indefinida es una aportación de la sociedad moderna. Nos sentimos adolescentes inmortales aunque hayamos dejado hace décadas los pantalones cortos, y el skate acumule polvo en el garaje. El instituto quedó atrás y ya se terminó la universidad. Empiezas a trabajar y te planteas seriamente irte de casa. Tu pelo empieza a clarear, tu mente se despeja y un amago de barriga hace su aparición.
En tiempos no tan lejanos serías un señor, pero en el espejo tu sigues viendo a un chaval. Entonces nace tu primer hijo y te hace padre. La juventud se te aparece en el espejo pero ya es un espejismo, todo un autoengaño.
Mutación familiar: Ahora soy Homer!
En ese momento la realidad irrumpe de la forma más insospechada frente al televisor. Es un nuevo episodio de los Simpson y te descubres simpatizando con el padre. Bart, tu colega, tu compañero de fatigas, es un fantasma del pasado, una imagen añeja en blanco y negro. Un pringado. Y tú eres Homer, sudoroso, abrumado y superado con un brote de rabia incontrolada. De mi garganta ya no sale moooola, estoy persiguiendo a un pequeño travieso. "Te mato", grito como si viviera en pleno episodio. Estoy persiguiendo a Bart...